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Cosas que querrías saber sobre… CUIDADORAS MIGRANTES PARA EL SOSTENIMIENTO DE LA VIDA

Lucía Martinez Virto es investigadora y docente en la Universidad Pública de Navarra.

Es trabajadora social, doctorada en el departamento de Trabajo Social y Sociología.


Las transformaciones sociales, demográficas, políticas y económicas de los últimos años han tenido considerables implicaciones para nuestro modelo de cuidados. El acceso de las mujeres al mercado laboral remunerado, el envejecimiento de la población o las trayectorias migratorias explican, en parte, cómo es nuestra sociedad de hoy. En este sentido, el futuro del sostenimiento de la vida con cuestiones vinculadas al cuidado como derecho, a la financiación del modelo, a la diversidad territorial, a los patrones de cuidado en las familias o al impulso del sector laboral de los cuidados se encuentran transversalizadas por tres grandes ejes: la igualdad de género, las migraciones y el envejecimiento.

¿Qué es el Horizonte 2030 desde el punto de vista de las migraciones?

Pues una sociedad más envejecida y más multicultural. Las proyecciones demográficas de Eustat (2020) para el 2031 vislumbran un escenario en el que el porcentaje de población mayor de 65 años, con respecto al total de población, se incrementará del 22,8% al 28,2%. Es decir, un total de casi 6 puntos. El incremento por sexo será similar, los hombres mayores de 65 años pasarán de ser el 20% al 25,4% sobre el total de hombres de Euskadi. En el caso de las mujeres ocurrirá algo similar. Si en 2020 suponen el 25,4% de las mujeres de Euskadi en 2031 serán el 30,8%. Esta estimación constata un progresivo envejecimiento en nuestra sociedad.

Este aumento de la esperanza de vida es una bendición, ¿no?

¡Por supuesto! Los sistemas públicos de salud y pensiones han contribuido a un aumento de la esperanza de vida. Vivimos más y lo haremos con más calidad de vida. Esta mejora en la calidad de vida está también modificando las formas de envejecer. Las nuevas tendencias de cuidado hablan de un descenso de las atenciones hospitalarias de larga estancia o de un incremento de fórmulas alternativas al cuidado residencial tradicional.

Del mismo modo, los cambios económicos y políticos a escala mundial han incrementado, desde hace dos décadas, los flujos migratorios entre los distintos países y continentes. En el año 2019, el 92,4% de las personas residentes en Euskadi han nacido dentro del Estado Español, el 7,6% en el extranjero. Este es un porcentaje que se ha incrementado en 3 puntos desde el año 2007, año en el que las personas nacidas fuera del estado eran un total del 4,4% de la población. De este total, según datos de Ikuspegi (2019) el 52,6% eras mujeres y el 47,4% hombres.

Por nacionalidad, el 38% del total de las personas que nacidas en el extranjero proviene de América (24% América del Sur y el 14% del resto), el 29% de África (19% del Magreb, el 10% del resto de África), el 26% son personas de Europa (16% del Este y el 10% del resto de zona) y el 9% provienen de Asia u Oceanía. Ambos procesos, el migratorio y el del envejecimiento, explican buena parte del modelo de cuidados presente Euskadi y en el resto del Estado Español.

¿Es importante el tema de los cuidados y del sostenimiento de la vida?

Los cuidados son indispensables para construir territorios y sociedades que resistan a cambios y transformaciones. Cuidar para la promoción del buen trato en la infancia, cuidar para impulsar nuevas oportunidades a las personas en exclusión social y cuidar para atender a las personas dependientes o con diversidad funcional. Los cuidados, por tanto, no solo implican el acompañamiento en los últimos años de vida, sino que su función en la construcción de sociedades resistentes y resilientes se extiende a lo largo del ciclo vital.

Respecto a los sectores más envejecidos, antes de la Ley de Dependencia, las políticas de servicios sociales habían ido respondiendo a los cuidados de personas mayores con recursos que respondían tanto a la necesidad de ser cuidada y al deseo de continuar viviendo en su entorno, como al acceso a un recurso residencial. Muchos de estos recursos perviven (SAD, Tele asistencia, residencias, centros de día etc.) y han jugado un papel clave en el cuidado de las personas. Sin embargo, este papel ha también necesitado un buen soporte familiar encargado de la gestión y organización del cuidado.

¿Quién cuida en Euskadi?

Al igual que en otros territorios, Euskadi ha vivido un incremento de las actividades laborales de cuidado por cuenta ajena. Las personas trabajadoras vinculadas al cuidado familiar se han incrementado de manera muy reseñable en las últimas dos décadas. Según los datos de Eustat (2019) las personas ocupadas en la rama de actividad “Otras actividades sociales y servicios personales” se ha duplicado de 23.881 personas en 1996 a 40.719. En el caso de las personas empleadas en hogares para el desarrollo de “tareas domésticas” ha aumentado de 4.419 personas ocupadas a 28.131, lo que supone más de 6 veces más.

Por tanto, este incremento constata que buena parte de los cuidados en el hogar comienzan ya a recaer en personas contratadas para tal fin. Con respecto a etapas históricas anteriores ello implica, sin duda, un cambio importante. ¿A qué puede deberse?

Los cambios en la organización social de los cuidados cuentan con una extensa literatura científica que trata de comprender de manera conjunta cómo ha sido respondida la presión social que requería su atención. En estos análisis se identifican tres procesos que han marcado nuestra historia en las últimas décadas: la progresiva emancipación femenina, la extensión de las políticas sociales y las migraciones transnacionales.

La incorporación de las mujeres al trabajo remunerado ha implicado un cambio en la gestión de los cuidados en las familias, tarea desarrollada tradicionalmente por las mujeres. Sin embargo, este proceso no ha implicado, en su misma proporción, la incorporación de los hombres a su desarrollo. Este proceso denominado “corresponsabilización” de los cuidados no ha logrado liberar a las mujeres de la atención al cuidado y sostenimiento de las familias. Según la Encuesta del Uso del Tiempo de Eustat (2018), en Euskadi se dedican 10 minutos menos al día que en 2013 a realizar tareas domésticas como preparar comidas, limpieza o compras. También la brecha entre el tiempo dedicado por mujeres y hombres se reduce, en 2018 las mujeres emplean en las labores domésticas 1 hora y 11 minutos más que los hombres, mientras que en 2013 empleaban 1 hora y 24 minutos más. Por el contrario, se detecta un ligero aumento en las tareas de cuidado que alcanza una media diaria de 2,25 horas para cuidar a personas del hogar, ya sean menores o adultos. Esta actividad les ocupa a los hombres que la realizan 2 horas y 3 minutos al día y a las mujeres que la realizan 2 horas y 41 minutos. Estos datos son muy significativos, si bien vamos hacia una sociedad más corresponsable, cada vez es menor el tiempo dedicado por las familias a estas tareas. Su reducción, junto al incremento de trabajadoras por cuenta ajena en el sector de los cuidados, apunta hacia una cada vez más mercantilización de los mismos.

¿Qué son las “cadenas globales de cuidados”?

En Euskadi, el siglo XXI vino acompañado de un incremento progresivo de flujos migratorios, la gran mayoría provenientes, como se ha visto anteriormente, de América del Sur o el norte de África. Más tarde, estos flujos también comienzan a venir de otras áreas como la Europa del Este, África Subsahariana o el resto de América o Europa. Buena parte de estos movimientos, ampliamente feminizados, accedieron al sector de los cuidados, implicando una gestión del cuidado con impacto global.

El concepto “cadenas Globales de Cuidados” fue utilizado por primera vez por Arlie Hochschild al referirse a “una serie de vínculos personales entre gente que está en distintos lugares del globo basado en el trabajo asalariado y no asalariado de cuidado”. Posteriormente, otras autoras, las definen como “cadenas de dimensiones transnacionales que se conforman con el objetivo de sostener cotidianamente la vida, y en las que los hogares se transfieren trabajos de cuidados de unos a otros en base a ejes de poder, entre los que cabe destacar el género, la etnia, la clase social y el lugar de procedencia”. En este concepto se dan cita tres dimensiones claves para comprender este fenómeno: la gestión de los cuidados, las migraciones y el género.

A partir de la mitad de los años 2000, se desarrollaron en Europa varias investigaciones que exploraron comparativamente las interrelaciones entre los regímenes de cuidados y las migraciones femeninas. Las investigaciones constataron que las prestaciones monetarias directamente gestionadas por las familias incentivaron la contratación de personal doméstico para el desarrollo de cuidados en el domicilio.

En este contexto, la mujer migrante incorporada a un sector de los cuidados de bajo reconocimiento social, precaria regulación y alta indefensión es triplemente discriminada en el mercado de trabajo, por mujer, pobre e inmigrante. Una triple discriminación por razón de clase, género y etnia, en afortunada caracterización de Sonia Parella.

¿Es una mera cuestión de sostenibilidad de los cuidados o es una cuestión de justicia social?

A lo largo del texto se ha comprobado lo estrechamente relacionados que están los procesos migratorios y la atención a las necesidades de cuidados y trabajo doméstico. El oficio del cuidado no es un oficio rentable. No lo fue nunca para las mujeres dedicadas a las tareas del hogar y el cuidado, y tampoco lo es ahora por el elevado nivel de precariedad en el que viven sus trabajadoras. Estudios recientes continúan constatando la fuerte desigualdad que implica trabajar en el sector doméstico y de los cuidados, en términos de desigualdad, y también de precariedad. En este sentido, un informe reciente realizado por Intermon Oxfam (2019) señala a la precariedad laboral femenina como causa principal de las situaciones de pobreza y freno para la autonomía de ellas y sus familias.

Por otro lado, cuidar, además de precario, tiene efectos negativos en la salud de las personas cuidadoras. Cuidar tiene efectos en la situación física,psicológica, emocional, social y económica de la persona cuidadora, ello es reconocido por las personas cuidadoras. Además de los efectos en la salud, también las relaciones familiares se ven afectadas, así como, el tiempo de ocio o participación social, incrementando el riesgo de aislamiento. Otras autoras identificaron, además, diferencias importantes entre los costes en mujeres u hombres, siendo mayores en las mujeres. En Euskadi, se identificaron conclusiones similares al analizar la encuesta de salud de la Comunidad Autónoma del País Vasco.

En definitiva, resulta complejo comprender el equilibrio logrado en muchas familias sin incorporar la variable migratoria en la gestión de los cuidados. Su aporte a nuestra sociedad durante más de dos décadas en muchos casos tiene un valor económico incuestionable, pero además un valor multiplicador de nuestro desarrollo social y familiar por su aporte en términos de cuidado físico o emocional al desarrollo de las personas y la sociedad. La situación laboral a la que se enfrentan muchas de estas cuidadoras no tiene fácil solución. Esta debe nacer de un compromiso social y político en reconocer su trabajo, aporte y destinar los recursos necesarios para ello. Es, además de una razón de futuro y sostenibilidad, es una cuestión de justicia social.


Este texto es un extracto del capítulo XIV. de la publicación USTEAK USTEL. El texto completo está disponible aquí