Entrevistamos a Leticia Urretabizkaia, Investigadora social, facilitadora de grupos y dinamizadora de espacios. En estos espacios Leticia aborda, desde la reflexión, las formas de relacionarnos, comunicarnos y tomar consciencia de opresiones y privilegios. En esta conversación nos acercamos un poco más a ese concepto de privilegio, que últimamente tanto escuchamos y que en este último mes de mayo, ha sido un tema central en varias estrategias antiRumores de Euskadi. Leticia, a través de su propuesta de taller, nos anima a reflexionar sobre qué privilegios tenemos, cómo nos sentimos con ellos, y cómo los utilizamos con el objetivo de tomar conciencia de las estructuras jerárquicas de poder que habitamos. Y es desde ahí, es desde donde consideramos que podremos construir una convivencia más igualitaria que abrace todas nuestras diversidades.
¿Qué tres ideas tenemos que tener en mente a la hora de tomar consciencia de nuestros privilegios?
La primera idea que tenemos que tener en cuenta es la mentalidad de aprendiz. Nuestros privilegios nos ciegan, no vemos las realidades de las personas que no tienen los mismos privilegios que nosotres y, por tanto, hay un montón de cosas que se nos escapa. Entonces, lo primero que podemos hacer es reconocer la ignorancia que nos provocan nuestros privilegios y tener la apertura y curiosidad necesarias para estar atentes y tener una actitud de querer aprender sobre todo aquello que nos cuesta ver.
La segunda idea, hilada con la anterior, sería la humildad. Los privilegios hacen que no estemos acostumbrades a que se nos lleve la contraria, estamos acostumbrades a tener razón y a que no se nos cuestione, menos aún a que nos cuestionen quienes tienen menos privilegios que nosotres.
Por eso, lo primero que nos sale con este tema es una suerte de “orgullo del privilegio” que quiere proteger nuestro espacio de comodidad y ceguera para seguir sosteniendo el sistema de dominación.
Necesitamos mucha calma y mucha humildad para salir de ese espacio de comodidad, reconocer nuestra ignorancia, abrirnos a aprender y sostener la incomodidad.
La tercera idea fundamental a tener en mente es practicar la escucha. En este sentido, es necesario escuchar a quienes nos hablan de nuestros privilegios, y en lugar de reaccionar o defendernos, simplemente callar y escuchar. Pero para poder escuchar y callar, es impepinable practicar también la escucha hacia nosotres mismes, prestar atención a nuestros cuerpos y a lo que se nos mueve, conectar con nuestra vulnerabilidad, con nuestra incomodidad, para poder sostenerla y gestionarla y que no salga en forma de fragilidad y reacción hacia quienes nos hablan de este tema.
¿Qué papel juega la empatía y el sentido personal de la responsabilidad sobre el lugar que ocupo en el mundo, a la hora de empezar a ser conscientes de nuestros privilegios?
Has dado en el clavo con dos elementos que son fundamentales.
Esto no es un tema de culpabilidad individual, sino de tomar la responsabilidad como parte de un sistema de dominación muy bien montado, del que nos guste o no, reproducimos un montón de cosas.
Por eso, como bien dices, se trata de tomar la responsabilidad del lugar que ocupamos en el mundo; es decir, saber cómo funciona el sistema de dominación del que formamos parte, qué privilegios nos da este sistema y qué consecuencias supone tener estos privilegios para nosotres, para otras personas y para el mundo. En realidad, esta sería la primera cosa que tendríamos que tener en mente, antes de nada, porque hay mucha confusión en este sentido, aunque entiendo que no es el objetivo de esta entrevista, para esto están más los talleres, jeje.
Tomar esta responsabilidad va más allá de escuchar a las personas que tengo en mi entorno cercano, porque muchas veces no habitamos espacios lo suficientemente diversos o si los habitamos, desde nuestra comodidad del privilegio, tendemos a pasar la pelota de la responsabilidad a quienes tienen menos privilegios, para que sean elles les que nos informen, nos interpelen y denuncien lo que haya que denunciar y así, seguimos en nuestra comodidad. Tomar la responsabilidad supone informarme de aquello que no me encuentro en mi día a día y reconocer que tengo un acceso súper fácil a esa información. Hoy en día no hay más que googlear algo para tener muchísima información a la que acceder sobre cualquier tema; más aún sobre estos temas,
ya que los colectivos que han ocupado lugares de opresión llevan creando conocimiento de muy diversas maneras durante muchos años.
Así, si tomamos consciencia de qué privilegios tenemos, podemos tomar consciencia de que no tenemos ni idea de qué supone estar en la opresión en ese sentido y, por tanto, de que no tenemos ni idea de cómo podemos estar oprimiendo sin darnos cuenta, y podemos tomar la responsabilidad de informarnos (pero así, sin culpa, con ligereza, con humildad, como comentábamos antes). Podemos encontrar información en todo tipo de formatos de manera que podamos elegir la que nos resulte más cómoda para habitar nuestra incomodidad; hay libros y textos sesudos, hay charlas, hay videos, hay películas, hay series… También hay cada vez más actividades presenciales en este sentido como las que organizáis las Redes Antirumores, colectivos y movimientos sociales… Bueno, que quien no se informa hoy en día es porque no lo prioriza y también está bien reconocernos esto.
Por otro lado, también me parece interesante nombrar la importancia de tomar la responsabilidad de sanar las heridas que nos está provocando este sistema de dominación. Por eso comentaba antes la importancia de prestar atención a nuestros cuerpos y a lo que se nos mueve, a conectar con nuestra vulnerabilidad, que margina este sistema para perpetuarse. Si no lo hacemos, cuando nos hablan de nuestros privilegios
tendemos a tomárnoslo a lo personal, a reaccionar desde la fragilidad y a defendernos de la persona que tenemos en frente, cuando en realidad, esa persona no es la responsable de las heridas que el sistema nos está provocando.
El responsable nº 1 es el sistema y la responsable nº 2 es la persona que no se está haciendo cargo de sus heridas. Por eso, la propuesta es tomar la responsabilidad de buscar estrategias creativas individuales y colectivas para acoger estas heridas, y de paso que nos cuidamos, enfrentamos el sistema de dominación.
Y claro, todo esto tiene mucho que ver con la empatía, que es un músculo que podemos desarrollar en solitario o en espacios seguros con otras personas que estén en esta sintonía, antes de entrar a los delicados diálogos que suelen traer este tema. Para empezar, podemos practicar la empatía con nosotres mismes, acogiendo lo que nos mueve este tema, sin culpabilizarnos, avergonzarnos o darnos con el látigo por tener los privilegios que tenemos. Si nos hemos informado lo suficiente sobre las consecuencias de nuestros privilegios, también podemos practicar la empatía con aquellas personas que las sufren y tratar de entender cómo se sienten y qué necesitan ante las dificultades que viven día a día, antes de plantearnos hablar con ellas sobre estos temas. También podemos practicar la empatía con aquellas personas que tienen resistencias a responsabilizarse de sus privilegios y tratar de entender qué es lo que se les está moviendo. Al menos esto es lo que yo trato de hacer en los talleres porque reconozco que éstas son las personas con las que más me cuesta empatizar, jeje. Por eso intento aportar en este sentido y voy entendiendo cada vez más la complejidad de lo que se nos mueve con todo esto. Ni que decir tiene, que yo no soy ninguna experta de nada, sino que estoy compartiendo lo que yo misma estoy aprendiendo a trabajarme, tanto a nivel personal como colectivo.
¿Cómo puede afectar/influir nuestros privilegios a las conversaciones antiRUMORES que podamos mantener?
Nuestros privilegios pueden influir de muchas maneras. Para empezar si tenemos estas conversaciones sin ser conscientes de cuáles son nuestros privilegios seguramente lo que haremos es que estas conversaciones simplemente no se puedan dar y así, seguimos cómodamente en nuestro lugar de privilegio. Seguramente pensaremos que son las otras personas las responsables de que no se pueda dar la conversación, por “cómo se ponen”, porque “no se puede decir nada”, porque “me da miedo meter la pata”, etc. Todas estas cosas que nos decimos a nosotres mismes siguen teniendo que ver con no haber cogido la responsabilidad de hacer la parte que nos toca y empezar por informarnos sobre cómo funcionan los privilegios. Como decíamos antes, está bien empezar por reconocernos si realmente queremos saber sobre todo esto o si es que realmente no nos interesa, y poder nombrarlo abiertamente para dar claridad y evitar malentendidos.
Si ya llevamos un tiempo tomando la responsabilidad de informarnos y de acoger nuestras heridas, seguramente podremos ir trascendiendo los roles de estudiante y de víctima para empezar a actuar, conscientes del poder que nos dan nuestros privilegios y decidiendo cómo usarlos. En conversaciones, sean privadas o públicas, lo que podemos empezar a hacer es reconocernos a nosotres mismes cuando estamos metiendo la pata y acostumbrarnos a nombrarlo, como paso previo para señalar a otras personas que desde el lugar del privilegio también la estén liando. Así, podemos sacar este tema del tabú y del peso silencioso que le ponemos para hablarlo con tranquilidad y desde la mirada de que todes queremos aprender. Por ejemplo, hay mucho que hacer en este sentido con respecto al lenguaje sexista, capacitista, racista, etc. que tenemos súper arraigado y que reproducimos sin prestarle atención. Además, así también nos acostumbramos a prestar atención nosotres mismes a cómo hacemos un mal uso de nuestros privilegios y a interpelarnos entre personas que tenemos privilegios, para no seguir esperando a que sean las personas que no los tienen quienes nos lo tengan que decir. Acompañando a grupos, me doy cuenta de que a veces nos quedamos en la postura cómoda de pensar que “si somos racistas, ya nos lo dirán”, sin entender que desde esta actitud no estamos creando espacios seguros para las personas que sufren y enfrentan opresiones. Si seguimos poniendo el foco en lo que tienen que hacer las personas SIN privilegios en lugar de lo que tenemos que hacer las personas CON privilegios, seguimos reproduciendo el sistema de dominación que nos invita a mantener nuestra comodidad a costa de su inseguridad.
¿Qué emociones se nos despiertan cuando personas en situación de opresión nos interpelan en relación a nuestros privilegios?
Algo muy habitual es que se nos despierten emociones muy incómodas. Por ejemplo, nos puede despertar dolor porque nos conecta con las heridas que nos han provocado nuestras opresiones y que no han recibido la atención ni el reconocimiento necesarios. También nos puede conectar con irritación, porque este sistema nos ha enseñado que somos personas más valiosas que ellas y aunque sea a un nivel inconsciente, nos parece una osadía que se atrevan a cuestionarnos. Por otro lado, si estas partes las tenemos más trabajadas, nos puede despertar culpa o vergüenza, que no son emociones reales, sino sociales y tienen que ver precisamente con cómo funciona la dominación.
Me atrevería a decir que estas emociones incómodas tienen que ver con cómo el sistema de dominación que funciona a nivel estructural se cuela dentro de nosotres. Unas nos invitan a defendernos, a proteger nuestros privilegios y mantener la estructura de dominación. Otras, como la culpa y la vergüenza, nos inhabilitan, nos congelan para que no utilicemos nuestro poder para cambiar las cosas. Todas ellas nos llevan a enfrentarnos con nosotres mismes y con otras personas y, por ende, a mantener la violencia, mientras nos desvían el foco de la estructura social que la está provocando y de nuestro rol estructural que la está sosteniendo. Si conseguimos separar nuestra parte personal y nuestra parte estructural, tal vez podamos darle a nuestra parte personal la empatía que necesita y a nuestro rol estructural la responsabilidad necesaria para no seguir reproduciendo lo mismo.
Desde ahí, podemos sentir emociones muy cómodas. Por ejemplo, podemos sentir gratitud hacia las personas en situación de opresión que nos regalan una información tan valiosa para entender cómo usamos nuestro poder sin darnos cuenta. También podemos sentir alegría porque estamos consiguiendo poner una pieza más del puzzle para entender cómo podemos usar el poder de otra manera. También podemos sentir confianza en que podemos llegar a tener estos diálogos seguros que hacen falta, para que vayamos realmente cambiando la manera de relacionarnos que nos han enseñado. Desde esas emociones, seguramente nos resulte más fácil callar y escuchar, gestionar nuestra incomodidad y recibir el regalo que nos están dando. Y si escuchamos lo suficiente, tal vez (y solo tal vez), las personas que sufren las consecuencias de nuestros privilegios estén disponibles para escuchar lo que podamos traer, siempre y cuando sea desde la vulnerabilidad, desde lo que nos conecta como personas y no desde esos lugares de poder que nos invita a reproducir ese dichoso sistema de dominación que se cuela dentro de nosotres.